el señorío de Cristo y estimula a exaltar las excelencias de Dios en la alabanza del pueblo creyente. En un mundo individualista, y una subcultura evangélica que ha enfatizado el aspecto personal de la fe cristiana, nos toca recuperar la dimensión comunitaria del evangelio. Debemos incluir en nuestra proclama la buena noticia de que Dios ha formado un pueblo en el cual están integrados todos los creyentes. Debemos aprovechar las reuniones de la iglesia para seguir proclamando el evangelio.
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